Otoño se irá derrumbando
con la fragilidad de sus hojas.
Mis ojos se irán cerrando para no ver
la hora que nunca llega.
Entonces un pañuelo rojo ahogará
los tonos que oscurecen el paisaje
para detenerlos por siempre justo en mi garganta.
No llevará bordado un nombre en el viento
ni un sabor definitivo se escurrirá por su cuello,
donde todos los gestos se esconden
perseguidos por una pálida caricia.
Otoño no llegará.
No verlo, hará el paisaje inalterable, aún más tarde,
cuando intente traicionarme la memoria.
El corazón y el abrazo se sentarán de golpe,
como torres caídas
y el hierro forjado se desvanecerá como un hilo,
como una pluma que se fue de las manos.
Afuera estará el parque y su horizonte ocre.
Dentro, yo y un banco solo.
(Una mujer en caracol, pp. 29-30)